El edificio más feo del mundo ofende a los costarricenses
Hoy mismo leí en La Nación una nota firmada por don Jaime Ordóñez con el título El EDIFICIO MÁS FEO DEL MUNDO.
Sus razonamientos y su título de alguna manera me tentaron a contar mis apreciaciones sobre el tema.
En primer lugar y para ser justo debo decir que el título del escrito de señor Ordóñez me pareció absolutamente justo y certero. A decir verdad, creo que era casi imposible hacer una obra arquitectónica de tan mal gusto y tan contrapelo con el ser sencillo y generoso de nuestro pueblo. Se pisotearon las tradiciones y la inteligencia de los ticos.
En el viejo lenguaje vernáculo tico se solía decir “cuadrado” a los pobres de entendederas; de ese edificio puede decirse que resultó un monumento a la pobreza de entendimiento de las nuevas generaciones de conductores de la política nacional.
En la Asamblea Legislativa priva el odio a los que producen y se ensalza a los parásitos. Antes no era así aunque las luchas políticas fueran más hondas, más agudas y significativas.
La vida me ha enseñado, como a pocos, que las entrañas espirituales siempre se acompañan de una expresión externa inocultable. No basta una máscara para ocultar la real catadura, aunque ésta deba pagarse con billetes verdes.
Ese edificio tan espantoso es también parte de la entraña moral y estética de los que tomaron la decisión de gastar muchos millones de dólares en la construcción del adefesio.
Hasta donde estoy enterado ninguno de los cincuenta y siete diputados ha externado su disgusto por el desaguisado arquitectónico, en tanto gastan horas estudiando y hablando sobre la crisis fiscal. Porque el tal edificio es un insulto a la inteligencia y peor, un monumento para rendir homenaje al despilfarro y a la incultura dominantes.
Despilfarro e incultura son parte de uno de los peores males de hoy: la corrupción
¿Quién o quienes señalan el camino?
Es la pregunta a la cual deben dar respuesta los dueños del poder político. Igual responsabilidad le cabe a cualquiera de los dueños de la capacidad de decidir con carácter imperativo. La incultura está en el ambiente, se siente su hedor insoportable. Así como se ha construido un recinto repugnante se han destruido edificios bellos y emblemáticos.
En su artículo el señor Ordóñez recuerda, con sincero dolor, la destrucción de la sede de la biblioteca nacional. Debo confesar que mi pena no fue menor; ahí tuve mi segunda casa, puesto que para estudiar era más cómoda que la primera que era pequeña y estrecha. Un grupo de compañeros la convertimos en nuestro refugio y ahí estudiábamos todos los días, incluyendo los sábados hasta la nueve de la noche. Después nos íbamos en grupo al cine Variedades—a unos pocos pasos—a ver la película que dieran, nunca escogimos.
Obviamente tampoco es posible olvidar el viejo edificio de la Escuela de Derecho, del que dejaron por lo menos una pared; al frente, donde ahora está el edificio que aloja a los Magistrados de la Corte Suprema de Justicia que es también un adefesio, estaba la bellísima Escuela de Bellas Artes. Fue como si hubieran querido matar su bella e inolvidable presencia. En otra esquina la Escuela de Farmacia, colindante con Derecho y separados por un bello jardín acompañado con plantas medicinales.
Así era esa parte de la Universidad antes de la construcción de la
sede Rodrigo Facio.
Ahí comencé mis estudios universitarios
No se puede ni debe olvidarse que también fue destruido el edificio de la Universidad de Santo Tomás, fundada en 1814.
Destruir edificios y otras obras que son parte de la historia porque fueron el sustrato material de importantes obras humanas, solo se explica por el interés de borrar el pasado e imponer el decadente –cuando no insulso—presente. No en todos los casos se puede decir que lo pasado fue mejor que el presente, pero en nuestra querida Costa Rica sí es así. Por lo menos en lo relacionado con la vida política, cultural y social, es evidente que el pasado fue mejor. Lo digo con la esperanza de que el futuro supere las falencias de hoy, que nos acompañen una cultura auténtica por nacional y un ambiente de justicia social y de paz.
El odio a los pobres nubla el entendimiento, buena prueba de lo cual es el adefesio que servirá de alojamiento al Poder Legislativo. Tal para cual, por ahora.