Las clases dominantes eligen a los Magistrados, los ricos imponen su criterio y obedecen a los yanquis
Ellos son el poder detrás de todos los tronos.»
Por: Humberto Vargas Carbonell
El trámite de la posible reelección del magistrado Paul Rueda, de la Sala Constitucional, ha dado lugar a muchos comentarios, tanto sobre sus falencias como sobre sus virtudes. Sobre este asunto han de pronunciarse los diputados, quienes, según la disposición constitucional, son los únicos con capacidad jurídica para tomar una decisión. Aunque en el antecedente de la no reelección del ahora Presidente de la Corte, la Sala IV le enmendó la plana a la decisión de la Asamblea Legislativa. Pudo más el Poder Judicial que el llamado “primer poder de la república”.
En eso de elegir magistrados de la Corte, mientras fui diputado, me dejó siempre un mal sabor de boca. No sé cuántas veces me tocó enfrentarme a esa tarea que para quien escribe no tenía ningún sentido. Carecía de sentido porque la decisión definitiva se había tomado antes de que los diputados emitieran sus votos. ¿Quién decidía?
La pregunta es tan obvia como la respuesta: decidían las argollas electoreras (que solo de nombre eran partidos políticos) que siempre lograban hacer mayorías parlamentarias. Existían mil y un recursos para lograr los votos que faltaban para hacer mayoría. La llamadas “partidas específicas”, en buena hora desaparecidas, aunque no del todo, hacían el milagro del nombramiento de los previamente designados.
Por todo esto la Corte fue durante muchos años una sucursal del Partido Liberación Nacional. En otro momento, en los días soñados por algunos señorones, días de la vigencia del bipartidismo (bautizado por el pueblo como “un monstruo con dos cabezas”), entre el PLN y el PUSC se alternaban los nombramientos.
Como de tal palo tal astilla, la Corte fue y continuará siendo un apéndice de los que mandan e imponen su voluntad a la mayoría legislativa. La oligarquía es la que manda tanto en la Asamblea, como en la Corte y también en el Tribunal Supremo de Elecciones. Y, sin temor al pleonasmo, digo que también y por razones más poderosas, son los que subordinan al Presidente de la República y a todo el Poder Legislativo.
Así era antes y es ahora. En esta materia pueden haber cambiado las formas pero la esencia sigue igual o más bien empeorada por la presencia del poder injerencista de los fascistas yanquis.
Durante los 8 años que fui diputado recibí a muchos ciudadanos capaces y respetables que aspiraban a ser nombrados a la Corte. Por supuesto que sabía que no tenían ninguna posibilidad de ser electos, que ya la decisión había sido tomada fuera de la Asamblea. Nunca les dije que no tenían ninguna posibilidad de alcanzar la mayoría de votos necesaria; aunque no supiera el nombre del afortunado ya conocía el procedimiento.
Y así es cómo, la exaltada democracia costarricense es cada vez más parecida a una “democracia de mentirillas”.
Lo digo porque no merece el nombre de democrático un régimen donde los ricos son cada día más ricos y los pobres más pobres. El calificativo le queda muy grande a un régimen donde no hay una lucha sostenida contra la corrupción y donde, desgraciadamente, se tiene tan poco cuidado por la patria que cada día se hace realidad la premonición del LIBERTADOR, Juan Rafael Mora Porras: “El que no cuida lo que tiene termina siendo inquilino en su propia casa”.
Ya somos inquilinos. Es la hora de la lucha por la recuperación. Es la tarea del pueblo organizado.