Principios de filosofía (3)
Por Georges Politzer
EL IDEALISMO
I IDEALISMO MORAL E IDEALISMO FILOSÓFICO
Hemos denunciado ya la confusión creada por el lenguaje corriente en lo que concierne al materialismo. La misma confusión se reproduce a propósito del idealismo.
En efecto, no hay que confundir el idealismo moral y el idealismo filosófico
1. Idealismo moral
El idealismo moral consiste en consagrarse a una causa, a un ideal. La historia del movimiento obrero internacional nos enseña que un número incalculable de revolucionarios, de marxistas, se han consagrado hasta el sacrificio de sus vidas a un ideal moral, y sin embargo eran adversarios de ese otro idealismo que se llama idealismo filosófico.
2. Idealismo filosófico
El idealismo filosófico es una doctrina que tiene por base la explicación del mundo por el espíritu.
Es la doctrina que responde a la cuestión fundamental de la filosofía diciendo: “el pensamiento es el elemento principal, el más importante, el primero”. Y el idealismo, afirmando la importancia primera del pensamiento, afirma que es el que produce el ser o, dicho de otra manera, “es el espíritu el que produce la materia”.
Tal es la primera forma del idealismo; ha encontrado su pleno desarrollo en las religiones afirmando que Dios, “puro espíritu”, era el creador de la materia.
La religión, que ha pretendido y pretende aún estar fuera de las discusiones filosóficas, es en realidad, por el contrario, la representación directa y lógica de la filosofía idealista.
Pero con la intervención de la ciencia en el curso de los siglos, muy pronto se volvió necesario explicar la materia, el mundo, las cosas, de otro modo que por Dios únicamente. Porque desde el siglo XVI, la ciencia comenzó a explicar los fenómenos de la naturaleza sin tener en cuenta a Dios y prescindiendo de la hipótesis de la creación.
Para combatir mejor esas explicaciones científicas materialistas y ateas, se hizo necesario, pues, llevar más lejos el idealismo y negar la misma existencia de la materia.
A ello se dedicó, a comienzos del siglo XVIII, un obispo inglés, Berkeley, al que se ha podido llamar el padre del idealismo.
II ¿POR QUÉ DEBEMOS ESTUDIAR EL IDEALISMO DE BERKELEY?
El objetivo de su sistema filosófico será, pues, destruir al materialismo, tratar de demostrarnos que la sustancia material no existe. Escribió en el prefacio de su libro Diálogo de Hylas y de Filón.
Si estos principios son aceptados y considerados como verdaderos, se desprende que el ateísmo y el escepticismo quedan completamente demolidos de un mismo golpe, las cuestiones oscuras aclaradas, dificultades casi insolubles resueltas, y los hombres que se complacían en paradojas devueltos al sentido común.
Por consiguiente, para Berkeley lo verdadero es que la materia no existe y que es paradójico pretender lo contrario.
Vamos a ver cómo se maneja para demostrarnos esto. Pero pienso que no es inútil insistir en que aquellos que quieren estudiar la filosofía deben tomar la teoría de Berkeley en gran consideración.
Bien sé que las tesis de Berkeley harán sonreír a algunos, pero no hay que olvidar que vivimos en el siglo XX y nos beneficiamos con todos los estudios del pasado. Y por otra parte, cuando estudiemos el materialismo y su historia, veremos que los filósofos materialistas de otras épocas también hacen sonreír a veces.
Sin embargo, es preciso saber que Diderot, quien fue antes de Marx y Engels el más grande de los pensadores materialistas, atribuía cierta importancia al sistema de Berkeley, puesto que lo describió como un sistema que, para vergüenza del espíritu humano y de la filosofía es el más difícil de combatir, ¡aunque sea el más absurdo de todos! (4)
El mismo Lenin ha dedicado numerosas páginas a la filosofía de Berkeley y escribió: Los más modernos filósofos idealistas no han producido contra los materialistas ningún… argumento que no pueda encontrarse en el obispo Berkeley. (5)
Finalmente, he aquí la apreciación del inmaterialismo de Berkeley en un manual de historia de la filosofía difundido todavía hoy en los liceos franceses: Teoría aún imperfecta, sin duda, pero admirable, y que debe destruir para siempre, en los espíritu filosóficos, la creencia en la existencia de una substancia material. (6)
Está dicho, pues, la importancia que tiene para todo el mundo -aunque por razones diferentes, como estas citaciones acaban de demostrarlo- este razonamiento filosófico.
III EL IDEALISMO DE BERKELEY
La finalidad, de este sistema consiste, pues, en demostrar que la materia no existe.
Berkeley decía: La materia no es lo que nosotros creemos, pensando que existe fuera de nuestro espíritu. Pensamos que las cosas existen porque las vemos, porque las tocamos; es porque nos dan esas sensaciones que creemos en su existencia.
Pero nuestras sensaciones no son sino ideas que tenemos en nuestro espíritu. Por consiguiente, los objetos que percibimos por nuestros sentidos no son otra cosa que ideas, y las ideas no pueden existir fuera de nuestro espíritu.
Para Berkeley, las cosas existen; él no niega su naturaleza y su existencia, pero afirma que sólo existen bajo la forma de sensaciones que nos las hacen conocer y saca en conclusión que nuestras sensaciones y los objetos no son sino una sola y misma cosa.
Las cosas existen, por cierto, pero en nosotros -dice él-, en nuestro espíritu, y no tienen ninguna sustancia fuera del espíritu.
Concebimos las cosas con ayuda de la vista; las percibimos con la ayuda del tacto; el olfato nos informa sobre el olor; el gusto sobre el sabor; el oído sobre los sonidos. Esas diferentes sensaciones nos dan ideas, que, combinadas unas con otras, hacen que les demos un nombre común y las consideremos como objetos.
Se observa, por ejemplo, un color, un sabor, un olor, una forma, una consistencia determinada… Se reconoce este conjunto como un objeto que se designa con el nombre manzana.
(Otras combinaciones de sensaciones nos dan) otras colecciones de ideas (que) constituyen lo que se llama la piedra, el árbol, el libro y los otros objetos sensibles.
Somos víctimas de ilusiones cuando pensamos conocer como exteriores el mundo y las cosas, puesto que todo eso no existe más que en nuestro espíritu.
En su libro Diálogos de Hylas y Filón, Berkeley nos demuestra esta tesis de la manera siguiente: ¿No es absurdo creer que una misma cosa en el mismo momento pueda ser diferente? ¿Caliente y fría, por ejemplo, en el mismo instante? Imaginad, pues, que una de vuestras manos esté caliente y la otra fría y ambas estén sumergidas al mismo tiempo en una jarra llena de agua a una temperatura intermedia: ¿el agua no parecerá caliente a una mano, fría a la otra?
Como es absurdo creer que una cosa en el mismo momento pueda ser, en sí misma, diferente, debemos sacar la conclusión de que esta cosa no existe más que en nuestro espíritu.
¿Qué hace Berkeley, pues, en su método de razonamiento y de discusión? Despoja a los objetos, a las cosas, de todas sus propiedades: “¿Ustedes dicen que los objetos existen porque tienen un color, un olor, un sabor, porque son grandes o pequeños, livianos o pesados? Voy a demostrarles que eso no existe en los objetos, sino en nuestro espíritu.
“He aquí un retazo de tejido: ustedes me dicen que es rojo. ¿Es eso completamente seguro? Piensan que el rojo está en el mismo tejido. ¿Es cierto? Ustedes saben que hay animales que tienen ojos diferentes de los nuestros y que nunca verán rojo este tejido; ¡del mismo modo, un hombre con ictericia lo verá amarillo! Entonces, ¿de qué color es? ¿Eso depende, dicen? Por lo tanto, el rojo no está en el tejido, sino en el ojo, en nosotros.
“¿Dicen que el tejido es liviano? Déjenlo caer sobre una hormiga y seguramente ella lo encontrará pesado. ¿Quién tiene razón, pues? ¿Ustedes piensan que es caliente? ¡Si estuvieran afiebrados, lo encontrarían frío! Entonces, ¿es caliente o frío?
“En una palabra, si las mismas cosas pueden ser en el mismo instante rojas, pesadas, calientes para unos, y para otros exactamente lo contrario, es que somos víctimas de ilusiones y que las cosas no existen más que en nuestro espíritu.”
Despojando de todas sus propiedades a los objetos, se llega así a decir que éstos no existen más que en nuestro pensamiento, es decir, que la materia es una idea.
Ya antes de Berkeley, los filósofos griegos decían, y eso era justo, que ciertas cualidades como el sabor o el sonido no estaban en las cosas mismas, sino en nosotros.
Pero lo que hay de nuevo en la teoría de Berkeley es precisamente que él extiende esta observación a todas las cualidades de los objetos.
En efecto, los filósofos griegos habían establecido entre las cualidades de las cosas la distinción siguiente:
Por una parte, las cualidades primarias, es decir, las que están en los objetos, como el peso, el tamaño, la resistencia, etc.
Por otra, las cualidades secundarias, es decir, aquellas que están en nosotros, como olor, sabor, calor, etc.
Pero Berkeley aplica a las cualidades primarias la misma tesis que a las cualidades secundarias, a saber, que todas las cualidades, todas las propiedades, no están en los objetos sino en nosotros.
Si miramos el sol, lo vemos redondo, chato, rojo. La ciencia nos enseña que nos engañamos, que el sol no es chato, no es rojo. Por consiguiente, con ayuda de la ciencia haremos abstracción de ciertas falsas propiedades que damos al sol, ¡pero sin por ello llegar a la conclusión de que no existe! Y sin embargo, a esa conclusión llega Berkeley.
Berkeley no se ha equivocado, por cierto, al mostrar, que la distinción de los antiguos no resistía al análisis científico, pero incurre en una falta de razonamiento, en un sofisma, extrayendo de esas observaciones consecuencias no implicadas en ellas. Él demuestra, en efecto, que las cualidades de las cosas no son tales como nos las muestran nuestros sentidos, es decir, que nuestros sentidos nos engañan y deforman la realidad material, ¡y llega inmediatamente a la conclusión de que la realidad material no existe!
IV CONSECUENCIAS DE LOS RAZONAMIENTOS “IDEALISTAS”
Siendo la tesis: “Todo no existe más que en nuestro espíritu”, hay que llegar a la conclusión de que el mundo exterior no existe.
Llevando este razonamiento al extremo, llegaríamos a decir: “Soy el único que existe, puesto que no conozco a los demás hombres más que por mis ideas, y que los demás hombres sólo son para mí, como los objetos materiales, colecciones de ideas.” Es eso lo que en filosofía se llama el solipsismo (que quiere decir solo yo).
Berkeley -nos dice Lenin en su libro ya citado- se defiende instintivamente contra la acusación de sostener tal teoría. Hasta se comprueba que el solipsismo, forma extrema del idealismo, no ha sido sostenido por ningún filósofo.
Es por eso que, al discutir con los idealistas, debemos aplicarnos a poner de relieve que los razonamientos que niegan efectivamente la materia, deberían arribar, para ser lógicos y consecuentes, a ese extremo absurdo que es el solipsismo.
V LOS ARGUMENTOS IDEALISTAS
Nos hemos aplicado a resumir lo más sencillamente posible la teoría de Berkeley, porque es él quien ha expuesto con mayor franqueza lo que es el idealismo filosófico.
Pero es seguro que, para comprender bien esos razonamientos, nuevos para nosotros, ahora resulta indispensable tomarlos muy en serio y hacer un esfuerzo intelectual. ¿Por qué? Porque como veremos a continuación, aunque el idealismo se presenta de una manera más oculta y cubriéndose con palabras y expresiones nuevas, todas las filosofías idealistas no hacen más que retomar los argumentos del “viejo Berkeley” (Lenin).
Porque veremos también hasta qué punto la filosofía idealista que ha dominado y domina todavía la historia oficial de la filosofía, llevando consigo un método de pensamiento del que estamos impregnados, ha sabido penetrar en nosotros a pesar de una educación completamente laica.
Como la base de los argumentos de todas las filosofías idealistas se encuentra en los razonamientos de Berkeley, vamos a tratar, pues, para resumir este capítulo, de deducir cuáles son esos principales argumentos y lo que tratan de demostrarnos.
1. El espíritu crea la materia.
Sabemos que ésta es la respuesta idealista a la cuestión fundamental de la filosofía; es la primera forma del idealismo que se refleja en las diferentes religiones, en las que se afirma que el espíritu ha creado el mundo.
Esta afirmación puede tener dos sentidos:
- O bien Dios ha creado el mundo, y éste existe realmente, fuera de nosotros. Este es el idealismo común de las teologías. (7)
- O bien Dios ha creado la ilusión del mundo en nosotros dándonos ideas que no corresponden a nada. Este es el “idealismo inmaterialista” del obispo Berkeley, que quiere probarnos que el espíritu es la única realidad, mientras que la materia es un producto fabricado por nuestro espíritu.
Por eso los idealistas afirman qué:
2. El mundo no existe fuera de nuestro pensamiento.
Esto es lo que Berkeley quiere demostrarnos al afirmar que cometemos un error atribuyendo a las cosas propiedades y cualidades que les serían propias, mientras que no existen más que en nuestro espíritu.
Para los idealistas, los bancos y las mesas existen, pero solamente en nuestro pensamiento y no fuera de nosotros, porque
3. Son nuestras ideas las que crean las cosas.
Dicho de otra manera, las cosas son el reflejo de nuestro pensamiento. En efecto, puesto que es el espíritu el que crea la ilusión de la materia, puesto que las sensaciones que experimentamos ante las cosas no provienen de las cosas mismas sino únicamente de nuestro pensamiento, la causa de la realidad del mundo y de las cosas es nuestro pensamiento, y, en consecuencia, todo lo que nos rodea no existe fuera de nuestro espíritu y no puede ser más que el reflejo de nuestro pensamiento.
Pero como para Berkeley nuestro espíritu sería incapaz de crear por sí solo esas ideas, y como por otra parte no hace lo que quiere (como ocurriría si las creara por sí mismo), es preciso admitir que el creador es otro espíritu más poderoso. Por consiguiente, es Dios quien crea nuestro espíritu y nos impone todas las ideas del mundo que encontramos en él.
He aquí las principales tesis sobre las cuales se apoyan las doctrinas idealistas y las respuestas que aportan a la cuestión fundamental de la filosofía. Ya es tiempo de ver ahora cuál es la respuesta de la filosofía materialista a esta cuestión y a los problemas suscitados por esas tesis.
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(4) “Carta sobre los ciegos”, de Diderot. Citado por Lenin en Materialismo y Empiriocriticismo
(5) Lenin, Materialismo y Empiriocriticismo
(6) A. Penjon, Precis d’historie de la philosophie, p. 320-321, Ed. Paul Delaplace.
(7) La teología es la “ciencia” (!!!) que trata de Dios y de las cosas divinas.