La Columna de Tío Abio: Mis coloquios con Juan Damasceno
Todos los días, desde las cinco de la mañana, Juan Damasceno Duarte se instala a media cuadra de mi casa en su puesto de periódicos. Desde allí parece monitorear el curso del mundo minuto a minuto. Por su oficio, es el primero de la vecindad en conocer los grandes acontecimientos, desde la marca preferida del calzón de miss universo, hasta los berrinches de Trump contra árabes y mexicanos. Todas las mañanas, cuando voy a retirar el diario me ofrece su opinión sobre los últimos acontecimientos o me hace alguna pregunta juiciosa, que generalmente me toma desprevenido. Aquí les ofrezco algunos detalles de nuestra última conversación.
-¿Vio Tío Abio, cómo se parecen las historias del trasiego de drogas y la de la platina? Eso es lo que algunos llaman historias paralelas- me dijo una mañana de estas.
-¿Por Qué?
-Vea: Desde hace muchos años en todos los barrios existen expendios de droga que las autoridades dejaron pasar, se hicieron los locos. Presidente tras presidente, incluyendo una presidenta, y ministro tras ministro, incluyendo una ministra vieron el bicho pasar. Porque aquí, en cualquier barrio del país cualquier hijo de vecino sabe dónde la venden, pero los cuerpos de autoridad siempre se hicieron los “majes”. Así era más fácil echarle la culpa de la desocupación a la droga y lavarse las manos como Judas, hasta que la criatura creció y se convirtió en un monstruo inmanejable. Y ahora que el engendro se les hizo grande, los gobiernos creen que pueden resolver el problema a punta de plomo. ¿Ah? ¡Eso no lo han logrado ni siquiera los más poderosos ejércitos! A eso hay que darle otra respuesta, hacer una valoración diferente ¿no cree?
-Eso es verdad, pero el que se lavó las manos no fue Judas, Fue Pilato.
-Bueno sí sí. Pero no me diga que Judas no se lavaba las manos. Bueno, sigamos para que vea cómo la vida de la platina es parecida. Eso comenzó hace años, desde que Oscar Arias fue presidente por última vez. Y pasó lo mismo. Presidente tras presidente, incluyendo una presidenta, y ministro tras ministro, incluyendo una ministra, salían en carrera huyéndole al problema. Así resultaba muy sencillo dejarle el tanate a la próxima administración. Ahora el fenómeno se volvió inmanejable, transformado en las horribles presas que sacuden a diario a todos los sectores del país.
-Y ahora- le dije a Damasceno mientras doblaba el periódico del día -dicen que quieren bautizar el puente con el nombre de Alfredo González Flores. ¿Qué piensa?
-¡Que va, tío Abio! El nuevo nombre de ese puente será utilizado sólo en asuntos oficiales y, por fuerza, en la prensa. En los sectores populares seguirá siendo el puente de la platina durante las próximas tres generaciones, como justo homenaje a una de las mayores expresiones de incompetencia de nuestros gobiernos, que incluye la pérdida dolorosa de vidas humanas y más de siete mil millones de colones… digamos botados, para utilizar una palabra prudente.
Me hizo gracia la apreciación de Damasceno, pero me llamó la atención una curiosa cuenta que sacó sobre las abominables presas a lo largo de todos los caminos del Valle Central. Veamos el singular razonamiento de mi amigo.
-Fíjese que un autobús mide, como promedio, unos doce metros de largo, y transporta 60 pasajeros. Tres autobuses, pueden trasladar 180 personas, y sólo consumen 50 metros de carretera, mientras el transporte en automovil, necesita aproximadamente 700 metros de carretera para movilizar esas 180 personas. ¿Ah? ¿Qué le parece?
-Qué gran diferencia… pero… ¿esos números son correctos?
-¡Claro! Los carros pequeños miden tres metros y medio, poquito más algunos, poquito menos otros. Pero lo importante de todo esto es que no son los autobuses los que hacen las presas en las carreteras ni en la ciudad. Sin embargo, a la hora de tomar medidas contra los embotellamientos, la mirada malintencionada de alcaldes y otros pensadores oficiales, incluyendo la insensatez ministerial, se dirige hacia los autobuses. Creo que intentan impedir el ingreso de los buses al centro de la ciudad y dejar a los usuarios botados a medio camino. En esos términos, los que terminaremos pagando la cuenta seremos nosotros los de a pie. Lo que ni siquiera me atrevo a imaginarme es la suerte de las personas con alguna discapacidad que tengan que atravesar San José.