Unidad de todos los trabajadores para luchar contra los explotadores, contra los corruptos y contra los politiqueros
De la unidad de los excluidos y postergados nacerá un nuevo mundo. Es la hora de la lucha por la justicia social
Por: Humberto Vargas Carbonell
A veces pienso que, al final de cuentas, la solidaridad echa sus raíces en el conocimiento de la vida de los demás, y no solo por saberlo, lo importante es interiorizarlo. Sentir el dolor ajeno y sumarlo al propio es la esencia de lo realmente humano que, tiene también expresiones bellísimas en algunos animales superiores.
A los habitantes urbanos quisiera preguntarles: –¿Tienen idea de cómo viven los campesinos pobres? ¿cómo logran sobrevivir, comer, procrear y amarse? Debe ser terrible pisar la tierra que antes dio comida a muchos y ahora, les niega a ellos el maíz y los frijoles, las naranjas, las guabas y los mamones chinos. ¿Qué pasó? Resulta que el banquero, el prestamista, el corrupto administrador de una cooperativa…O cualquier otro les robo la tierra.
Vivimos en una organización social en que el especulador, el sinvergüenza o el corrupto son más importantes que el productor.
A los trabajadores del campo quisiera preguntarles: –¿Saben ustedes como viven los trabajadores mal llamados “informales”, que carecen de derechos sociales y que, a pesar de su esfuerzo y sus penurias, a menudo son tratados como si fueran delincuentes? Ellos son el grupo más numeroso de nuestra sociedad.
Al lado de ellos, los desocupados, los que buscan y no encuentran un trabajo que les permita convertirse en asalariados. Estos viven bordeando tierra firme, un paso más y de bruces al fondo de la pobreza absoluta.
Siempre “acompañados” por miles y miles de trabajadores que no reciben ni siquiera el salario mínimo, muchos de los cuales son apenas sobrevivientes en el mundo de la explotación capitalista.
Estos grupos son el meollo productivo de la sociedad, de la nuestra, la costarricense; en el otro costado están los explotadores, entre ellos los ladrones de tierras, los banqueros, los políticos corruptos y los jefes de la delincuencia.
Los oligarcas y los ladrones están muy bien organizados porque se conocen muy bien entre sí y porque comparten una única razón de ser: la explotación del trabajo ajeno.
Los explotadores son un solo cuerpo; igual debían ser los pobres y todos los explotados, pero no lo son. Y esta disparidad es la peor fuente de desigualdad e injustica que azota el mundo de los trabajadores.
Los oligarcas y los explotadores del mundo imperialista tienen una organización plena y perfecta: las cámaras patronales, las organizaciones por actividad, los gobiernos, los ministros, los diputados, los promotores de la diversidad de iglesias, sin que importen sus denominaciones; cuentan además con la corrupción y finalmente con todo en ejército ideológico para el engaño, la mentira y la amenaza.
A los pobres se les niegan hasta sus limitados derechos, aún aquellos que les concede la constitución; a los trabajadores se les acabó la posibilidad de la huelga legal porque así lo quisieron la Asamblea Legislativa y el Poder Ejecutivo; pero los ricos mantuvieron sin reglamentación alguna el derecho al paro. A los ricos los cobija la libertad de comercio, pero un vendedor ambulante de aguacates corre el riesgo de perder su pequeña inversión y caer en las garras de un juez de flagrancia. Estos son apenas algunos ejemplos de lo podría ser una larga lista de iniquidades. Agrego una iniquidad más: los más grandes ricos de este país no pagan impuestos porque dicen que no tienen ganancias y esa elusión es un delito, pero, sin embargo, no pasa nada porque en el Ministerio de Hacienda están amaestrados para comulgar con ruedas de carreta. Eludir impuestos es el semillero donde crecen los multimillonarios.
Lo pobres no tienen ninguna posibilidad de eludir las obligaciones tributarias. Al final resulta que los humildes financian a un Gobierno nacido para servir de fuente de enriquecimiento para los oligarcas, para los monopolios extranjeros y para los corruptos.
Pronto llegarán las nuevas elecciones, el TSE comenzará a embellecer a la democracia de mentirillas, el Estado entregará a los partidos burgueses muchos miles de millones, los ladrones de la política afilarán sus colmillos y por unos días harán que los pobres se sientan importantes y arrancará la farándula politiquera. El ganador deberá exhibir una condición indispensable: ser sirviente, sin sonrojo, de los intereses imperiales de Washington”.
Concluida la charlatanería, los faranduleros de la política retornaran a su redil burocrático y los pobres también a lo suyo, a su tragedia de pobreza, desigualdad y humillación.
El único cuidado que debe guardarse no es servir al pueblo, es servir a la infame política que se dicta desde Washington. Hoy se han quebrado las acepciones que nacieron con el idioma; la más sufrida las palabras ha sido “democracia” que la convirtieron en sinónimo traición a los intereses populares; los demócratas de ahora solo merecen ese título si son serviles a Washington, aunque ahí reine un jefe tan inculto, tan violento y tan bruto como Donald Trump.
A los pobres no se les permite tener opinión, ni siquiera para añorar el pasado, y menos aún para soñar con un futuro mejor, esa es la ley de la burguesía y de su jefe de Washington. Pensar con libertad y soñar con un mundo mejor se ha convertido en una transgresión o en un pecado.
Los cambios sociales han sido siempre, desde la aparición del Estado y de la propiedad privada, hasta el día de hoy han sido fruto de la transgresión de las normas establecidas o de los preceptos religiosos dominantes. Los cambios sociales y las revoluciones han sido siempre originales tanto en sus fines como en sus motivaciones, pero siempre en la dirección del progreso humano. Obviamente, nunca sus vías han sido rectilíneas, más bien llenas de curvas, incluyendo retrocesos e incluso en algunos momentos poco visibles.
El cambio social es la manifestación suprema de conciencia humana, que no solamente es individual sino también colectiva. La conciencia colectiva se hace efectiva a través de la organización popular, pero no de una manera mecánica, sino dialéctica. Es dialéctica precisamente porque la conciencia social se realiza a través de la lucha, por una o varias vías de acción enfrentadas a otras conciencias colectivas, la de los enemigos del pueblo.
La dialéctica del cambio social es necesariamente el enfrentamiento de las clases sociales antagónicas.
Durante un largo periódico histórico, antes y después de la cristalización del cambio social estará siempre presente la pregunta planteada por Lenin: ¿Quién vence a quién?
Lamentablemente no pocos que se autoproclamaron marxistas olvidaron esta sencilla pregunta y porque la olvidaron fueron derrotados.
Si luchas todo cambiará. La lucha ha de ser organizada y planificada. No se trata de moverse, el movimiento social sin orden nunca será transformador. El orden siempre será determinado por un programa de acción y por la organización, que tendrán sentido, por encima de todo, gracias a la disciplina de los más destacados en la lucha.
De eso se trata de moverse para que todo cambie.
El camino tiene que ser la búsqueda de la justicia y de la igualdad; cualquier otro camino será un retorno al pasado y con eso la destrucción de la esperanza.
Para que nada cambie es que los explotadores se unen, son capaces de esconder sus discrepancias para mantener el engaño. Para que nada cambie es que los explotares están unidos, cuando es necesario disimulan sus discrepancias. Esa imagen de unidad es una de las fuentes de su poder político.
Todos tienen muy claro que, como decía un noble británico: “los pobres son la mina de los ricos”.
Esta mina es rica si es explotada con azadones de falsedades, engaños y mentiras. Ser un trabajador consciente es negar a ser una simple pepita de oro en la mina de los ricos explotadores. Es horrible: oro para los enemigos de la humanidad a cambio de dolor y penas para los auténticos productores.
Ante tal situación cuál es la fuerza de los pobres: muy sencillo en la palabras y muy complejo en la realidad: conocerse, comprenderse, unirse, respetarse y hasta amarse.
Cuando los obreros se unan a los trabajadores informales, a los desocupados, a los sobrexplotados y todos juntos se pongan de acuerdo con los campesinos y con todos los pobres de esta tierra, nacerá un mundo nuevo. ¿Cómo será ese mundo? Será como lo decidan sus creadores, siempre sin explotación, con igualdad y con democracia real. La sociedad será mejor porque será realmente humana.
Los que sufren hoy construirán la justicia de mañana.
Nacerá un nuevo sol con una luz igualmente nueva.