Gloria eterna a los que murieron defendiendo derechos sagrados: la libertad de la patria y la justicia social

Los festejos de la “abolición del ejército” resultan ser una novela de mal gusto. Es un recurrente leitmotiv de una fábula mal urdida para engañar a propios a extraños.

Lo cierto es que la Fuerza Pública es ahora una policía militarizada. Antes sus dirigentes se formaban en la llamada “escuela de las américas”, mejor conocida como “escuela de asesinos”; ahora los entrena la gendarmería chilena, conocidos sus miembros como carabineros. Para efectos prácticos resulta lo mismo.

Para en la realidad jurídica y ética da lo mismo cuál uniforme cubre el cuerpo del que dispara y mata. Larga es la lista de los asesinados en los movimientos de huelga de los obreros bananeros o de los campesinos caídos en la lucha por un pedazo de tierra para vivir y producir. Siempre prevaleció el  torcido “derecho” del latifundista acaparador o  del yanqui explotador. En ninguno de estos casos hubo juicio. La impunidad se daba por sentada, como derecho inmanente del opresor. Esta es una historia sepultada bajo montañas de  hojarasca de la demagogia oligárquica.

En 1948 se cometieron graves crímenes en todo el país. No puedo olvidar que la casa – de madera -en que vivía mi abuela fue brutalmente ametrallada. Ella era una obrera de la fábrica de los Saprissa y dirigente sindical. En ese momento estuve a su lado. Eso mismo ocurrió en muchos otros hogares.

Celebran ahora la abolición del ejército el 1º de diciembre, porque ese acto se realizó  ese día de 1948. Pero en ese mismo diciembre, del mismo año, el día 19, se cometió el crimen del Codo del Diablo. El crimen político más espantoso de nuestra época, solo comparable con los fusilamientos del Libertador Juan Rafael Mora Porras y del ínclito héroe de la patria, General José María Cañas.

Para ellos no hay festejos, pero hay gloria eterna.

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