Por decir…

 

Por: Humberto Vargas Carbonell

Comienza la “corrida” electoral, así como los toros corren tras los “improvisados”, corren ahora los candidatos tras los electores. No sabría cuál es más peligroso, en un caso la víctima puede ser un valiente y en el otro un despistado.

A los primeros podemos aconsejarle que se armen de una buena y escandalosa baqueta para burlar la embestida, a los otros que se armen de buen juicio y espíritu crítico para eludir los engaños y las mentiras.

Con las “corridas” se encienden los triquitraques, las bombetas y estallan los torpedos, con las elecciones explotan las falsas y chispeantes promesas de siempre.

En este país hay deberes que no se hacen nunca, pero también cosas que comienzan a destiempo. Eso ha ocurrido con el juego de toros, ya no hay que esperar los cornetazos que acompañaban a los vientos fríos de diciembre, puesto que comienzan y terminan todos los domingos; para la carrera electoral tampoco es necesario aguardar la palabra del Tribunal, comienzan cuando cae la plata y al tiempo se inflaman las ambiciones electoreras.

Ya las corridas han perdido “categoría”, con el paso de Plaza Víquez (perdón, don Cleto) a la Plaza del Zapote se perdió la alcurnia de la oligarquía cafetalera en los palcos, ahora es fiesta del pueblo llano. En las alturas, los candidatos, sin solidez patriótica, reconocen como reyes a los banqueros y como cortesanos a los nobles de la corrupción. Se acabaron los bigotudos con elegante leva, ahora, los hijos y los nietos, cuando quieren “vestirse bien” van New York o a París y para divertirse buscan las playas florideñas o la Acosta Azul.

Parecidas y diferentes al mismo tiempo, en diciembre tendremos corridas de toros y correderas de candidatos. Las corridas pasaran, sin pena (salvo para los corneados) y sin gloria. Para los electores pobres seguirán las mismas dificultades de siempre, para los ricos y para los corruptos la misma gozadera, que durará tanto como dure la ingenuidad de los humildes.

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