Breve explicación para las personas a las que respeto y quiero
Por: Humberto Vargas Carbonell
Ha llegado la hora de decir algunas palabras sobre la circunstancia de estar pensionado en mi condición de ex diputado.
Obviamente no escribo para los que me han insultado, usando un lenguaje soez y descripciones inadmisibles. Esa conducta me tiene sin cuidado, en primer lugar porque los que actúan de esa manera no merecen mi respeto y tampoco me escuecen sus palabras. Se trata de una campaña anticomunista, sucia y maloliente.
Ningún comunista ha logrado liberarse ese tipo de ataques. Tampoco los más connotados y respetados, con los cuales no pretendo compararme.
No tengo idea de cuántos son los ex diputados pensionados ni de cuanto es el monto de sus ingresos por esta razón. Pero sí claridad de que esos ataques no tienen el propósito de moralizar al Estado costarricense, sino más bien un propósito político anticomunista. Me parece que por la misma razón se han ensañado contra mi buen amigo don Álvaro Montero Mejía, con quien tengo discrepancias políticas pero siempre acompañadas de un profundo respeto, porque es persona honesta y valiente, preocupada siempre por los destinos del país y por las condiciones de vida del pueblo pobre.
Hay insultos que, aunque procaces, enaltecen y a decir verdad, cada vez que leo o escucho ese tipo ataques me siento enaltecido. Si fuera un vende patria o un corrupto burócrata no me atacarían como lo hacen y, al contrario, genuflexos, guardarían silencio y buscarían favores.
Me pensioné en un momento muy difícil para mi familia y recibí una modesta pensión que ha ido creciendo por una absurda disposición legal que las aumenta desmedidamente cada año. De la existencia de esa ley no tengo ninguna responsabilidad y en su momento, en el periódico La Nación, dije que no movería un dedo para defender esas pensiones. Pero no podía renunciar a ella, porque me ayudaba a cumplir deberes ineludibles.
¿Por qué me pensioné? Lo explico brevemente.
Nací en un hogar proletario. Todos mis parientes directos eran igualmente pobres, la mayoría obreros y otros campesinos. Nací en una familia que dependía del sueldo de un obrero que se caracterizó siempre por su capacidad y honestidad. En su último trabajo duró cuarenta años o más. Ese fue mi padre, dichosamente. Mi madre, ama de casa, ayuda a la familia haciendo pequeñas y bellas artesanías.
Lo digo para subrayar que no fui heredero de ningún bien material, pero sí de enseñanzas que en mi escala de valores están por encima de cualquier tesoro.
Estudié en la UCR y en la Academia de Ciencias Sociales de la Unión Soviética.
Hice seis años en la facultad de derecho de la UCR y dos en la vieja Facultad de Filosofía e Historia de la misma universidad.
Hice también tres años en cursos superiores de filosofía y ciencias sociales en la Academia de Ciencias Sociales de la Unión Soviética.
Mucho antes de esas experiencias académicas juré, ante mi propia conciencia, que sería comunista hasta el último de mis días. A los ochenta y cuatro años de pisar este suelo, subir sus montañas y vadear sus ríos, estoy pronto a cumplir ese juramento.
Serví a los sindicatos obreros, a los movimientos y organizaciones de los campesinos pobres, me vinculé al movimiento de las Juntas Progresistas, me correspondió contribuir a la reorganización de la Juventud Vanguardista, en condiciones de clandestinidad y nunca cobré un centavo por mis servicios. Jamás, ni siquiera lo pensé.
Alguna vez una persona honesta dijo que al Partido Vanguardia Popular debía dársele el título de “partido fundador de pueblos”, cuando lo oí me sentí orgulloso de pertenecer a ese partido y complacido de que para ganar ese honroso título yo contribuí con un pequeño aporte.
Fui responsable de la actividad sindical del PVP durante varios años, fueron los años de la mayor actividad sindical, de luchas de la clase obrera y de los campesinos pobres. Moralmente nos formó la huelga de 1934, dirigida por Carlos Luis Fallas y Jaime Cerdas. Esa fue nuestra escuela.
Siendo muy joven, el Servicio Civil me declaró moralmente inepto para trabajar en cualquier función pública. Las pruebas del “crimen” las presentó la DIS, se trataba de una larga lista de viajes, en avioneta, a la Zona Sur, donde nos esforzábamos junto a otros compañeros de esas comunidades para organizar a los trabajadores bananeros y para educar a los jóvenes revolucionarios.
Recibíamos una pequeña ayuda, que no era sueldo, para poder cumplir nuestras tareas. Con ingresos minúsculos tuvimos la osadía de formar una familia, posible solo por la capacidad de sacrificio y la generosa comprensión de Pilar Corrales, la compañera de toda mi vida. Fue ella quien hizo el milagro de mantener a cinco hijos, saludables y estudiosos.
Sigo viviendo, después de casi cincuenta años, en una casa de las que construía el INVU, catalogada entonces de “tercera categoría”.
Fui diputado durante 8 años, en esa razón recibí 96 salarios y 8 aguinaldos. Todos esos cheques los entregué a la Comisión de Finanzas del PVP y recibía un “salario” semejante a los que entregaban al resto de compañeros dedicados a tiempo completo a las luchas que promovía el partido. Igual lo hicieron otros compañeros que llegaron a ser diputados, recuerdo a Arnoldo Ferreto, a Freddy Menéndez, a Rodrigo Ureña.
Nunca viajé al extranjero con pasajes comprados por la Asamblea Legislativa y nunca cobré viáticos por mi actividad legislativa. Entre los papeles de mi biblioteca debe estar una certificación que, para probar lo que digo, me entregó la Dirección Financiera de la Asamblea Legislativa y que fue expedida por el Licenciado Ulate, a la sazón su Director.
En 1984 acontecimientos internos, a los que no me voy a referir ahora, privó al PVP de la totalidad de sus bienes y de sus reservas monetarias. En consecuencia, no era posible de que se me reconociera algo por mi trabajo. Me vi obligado pagar las deudas que habían dejado insolutas los anteriores administradores de las finanzas. Fueron días muy difíciles para todos los compañeros. Decidí quedarme ayudando a los que decidieron mantener viva una organización que parecía condenada a muerte. Estos compañeros entregaron su esfuerzo y algunos continúan haciéndolo para evitar la desaparición de un partido que representa los ideales comunistas. Juntos estamos bregando por superar las enormes dificultades producidas por nosotros mismos y, por otras que hemos tenido que afrontar sin que nos quepa ninguna responsabilidad por su aparición.
Alguna vez publicaré la historia completa de la lucha por la sobrevivencia de los comunistas, atacados a muerte por ambos flancos, desde la derecha y por otros que se autocalificaban de izquierda.
Pensionarme fue una necesidad de sobrevivencia para mi familia y para la organización a la que servía.
Pude así conciliar mis deberes familiares con mis deberes políticos.
También ese momento tan difícil y duro jugaron un papel decisivo mi esposa y mis hijos.
Hasta aquí algunas explicaciones.
Paso a otras.
Se equivocan los que creen o dicen que para ser comunista es obligatorio vivir en la miseria.
La miseria y en general la pobreza son fruto de la explotación capitalista. Los comunistas luchamos para borrar por siempre esa lacra social y, como consecuencia, garantizar a todos los seres humanos el pleno disfrute de los frutos de su trabajo, la eliminación de todas las formas de discriminación y desplegar las potencialidades de un nuevo tipo de organización social, el socialismo.
Vivo con modestia, reparto mi pensión de la mejor manera posible, sin rodearme de lujos, vivo modestamente porque así es como me gusta vivir. Si no fuera así hubiera seguido otros caminos. Las personas a las que respeto y quiero saben que es cierto lo que digo.
Para ser comunista es necesario ser valiente, honesto, inteligente, generoso y responsable. No es fácil ser oposición a un sistema tan brutal como el capitalismo en su fase imperialista.
En el mundo entero nadie ha entregado tanto esfuerzo y sacrificio por un mundo justo como los comunistas. Muchos perdieron su libertad y otros la vida. Son los que nunca traicionaron. Al final de mi vida me siento orgulloso de haberlos conocido y con algunos de ellos haber construido una amistad personal. Hermanos ticos y otros de las más diversas latitudes se entregaron sin dobleces a servir a la humanidad, sirviendo a los obreros y a los campesinos. En la vida del partido conocí a sabios modestos y a analfabetos igualmente sabios, todos generosos y revolucionarios. Ellos son los que no se pueden borrar la memoria, son Marx, Engels, Lenin, Fidel Castro, Che Guevara, Saramago, Carlos Luis Fallas, Carmen Lyra, Fabián Dobles, Emilia Prieto, José Solís Vega, Adán Guevara Centeno, Isaías Marchena, Mario Sáenz, Mario Solís, Nidia Sáenz, Carlos Luis Sáenz, Gonzalo Sierra Cantillo, Víctor Mora…y muchos miles más. Esos han sido nuestros maestros y han de serlo también para las nuevas generaciones.
Mis últimos pensamientos serán para esos compañeros que han luchado por una vida mejor para el pueblo y que se enfrentaron a todas las presiones y amenazas de los que detentan un poder explotador y asesino. La memoria de su grandeza espiritual y el afecto de mi familia estimulan mi optimismo y me dan la alegría que no podría encontrar en ningún otro lugar.
Así que soy comunista por una profunda convicción. Si estuviera en una cárcel sería un comunista preso y en la absurda hipótesis de que ganara millones en una lotería, sería también un comunista millonario.
Cumplir y vivir de esta manera, luchando por los explotados, por los agredidos, por los discriminados, por todos los que sufren, ha sido la más firme de mis convicciones.
Esta no es mi biografía ni tampoco mi defensa. Es simplemente una explicación para todas las personas a quienes respeto, con muchas de cuales, además, me une el más sincero afecto.