Mujeres de Octubre (II). Primeros decretos revolucionarios

«Para la mujer rusa…
El destino ha reservado tres amarguras:
La primera, ser esposa de un esclavo;
La segunda, ser madre de un hijo esclavo;
La tercera, obedecer toda su vida a un esclavo».
Nicolai Nékrassov
Familia y Estado bajo el zarismo
En la Rusia zarista existía un cierto paralelismo entre la estructura familiar patriarcal y la del Estado. En la parte inferior de la pirámide social se encontraba el campesinado, bajo la autoridad de su propietario. E igualmente ocurría con la esposa y los hijos e hijas respecto del padre en el ámbito familiar, que eran prácticamente propiedad de éste. En la cúspide del sistema social se encontraba el propio zar, que era considerado padre del pueblo ruso, cuya “omnipotencia terrenal” autocrática le había sido otorgada por Dios.
Las niñas nacidas en el seno del campesinado debían aceptar sin pestañear los maridos que habían sido elegidos para ellas. Los intereses de familia eran los que decidían las uniones matrimoniales y sólo la opinión del dueño de los siervos podía modificar esta decisión. La joven quedaba bajo la autoridad de su marido, su familia política y las leyes zaristas.
La abolición de la servidumbre en 1861, concebida y promulgada con la intención de dotar de mano de obra barata a la incipiente industria, facilitó el abandono del campo por una parte del campesinado, que emigró a las ciudades. De este modo, como ocurrió con la industrialización en el resto del continente europeo, la familia tradicional campesina quedó desecha. En las ciudades, las condiciones de las viviendas eran infrahumanas. En una sola habitación se hacinaban las familias proletarias, impidiendo una verdadera vida familiar. Además, la pobreza terminaría empujando a muchas de estas mujeres a la prostitución.
Entre los intelectuales se recurrió a los llamados matrimonios blancos, que permitían la emancipación de las mujeres lejos del hogar paterno. Así pues, dos tipos de familias empezaron coexistir en el seno de la sociedad rusa. Por un lado, la patriarcal y arcaica, que afectaba a más del 80% de la población; por el otro, una familia moderna formada por un pequeño número de personas en torno a una unión no registrada, asentando sus relaciones sobre las inclinaciones personales y el compañerismo entre la pareja.
En cuanto al divorcio, la Iglesia Ortodoxa contemplaba bajo el zarismo la posibilidad del mismo por causas justificadas, aunque de forma muy excepcional. Estas causas eran el adulterio de uno de los cónyuges, impotencia o esterilidad antes del matrimonio, degradación cívica o por la ausencia de cinco años del esposo —10 años en el caso de tratarse de soldados. Los tribunales eran fácilmente sobornables y con grandes sumas de dinero era fácil probar un adulterio inexistente. Por lo tanto, sólo los grupos sociales privilegiados accedían al divorcio, lo que hace que el número de ellos fuera insignificante.
Las primeras medidas revolucionarias
La situación era tal, que todos los grupos revolucionarios, de uno y otro signo, prestaban especial atención a la institución familiar, tanto por razones ideológicas como políticas. Buscaban la abolición de la familia tradicional y, en especial, la supresión de la influencia de la Iglesia como fuerza conservadora. Para el partido bolchevique, las mujeres sólo podrán emanciparse mediante su incorporación a la producción y a la reconstrucción económica. Su liberación de la esclavitud doméstica dependía de esta incorporación. La emancipación de la mujer, por tanto, era vista como una tarea esencial para la transformación de la sociedad y del Estado rusos.
Dadas las circunstancias, no es de extrañar que las primeras leyes relativas al matrimonio y al divorcio se promulgasen muy poco tiempo después de la toma del poder por parte del partido bolchevique. El Decreto de 18 de diciembre de 1917 instauró el matrimonio laico, la igualdad absoluta entre el esposo y la esposa; así como la abolición total del concepto de descendencia ilegítima, otorgando a los hijos e hijas que habían nacido fuera del matrimonio exactamente los mismos derechos que la descendencia legítima. Al día siguiente, se promulgó otro Decreto titulado “Sobre la disolución del matrimonio”, que instauraba el divorcio. Tanto para el matrimonio como para el divorcio por consentimiento mutuo, sólo era necesario realizar una inscripción en el registro local. El resultado, a título de ejemplo, es que entre el 1 de enero y 30 de julio de 1918 se llegaron a contabilizar casi 5.000 solicitudes de divorcio sólo en Moscú, un número equiparable al del toda la Rusia europea en 1913.
También las uniones libres aumentaron. La juventud intelectual y revolucionaria vio en la Revolución de Octubre de 1917 una forma de liberación individual. Querían practicar una nueva moral sexual. La misma Alexandra Kollontai defendería en el Comité Central la “unión libre de individuos libres”, basada en la atracción física y la comunidad espiritual. Defendió la idea de que la familia, como institución arcaica burguesa, había llegado a su fin. Sin embargo, ella misma y el conjunto del partido bolchevique eran muy conscientes de que la igualdad ante la ley no garantizaba la igualdad ante la vida. Por ello era fundamental conseguir los medios materiales que pudieran hacer efectiva dicha igualdad. Además, las leyes del Estado obrero deberían ser transaccionales al objeto de irse adaptando a la construcción de la nueva sociedad. Pero la realidad de Rusia dificultaba algunas de estas aspiraciones revolucionarias. Las condiciones eran dolorosas en lo que a la vida material se refiere, a causa de la Guerra Mundial primero y la civil después. La crisis de la vivienda, el desempleo y la pobreza no favorecieron la estabilidad de los hogares y la libre unión sobre las bases de la libertad y el respeto mutuo.
En 1917 se abriría un camino radicalmente distinto para las mujeres rusas: con la revolución de febrero obtendrían el derecho al voto; antes incluso que en Gran Bretaña o Estados Unidos, conseguido en 1918 y 1920 respectivamente, y en los primeros meses tras la Revolución Socialista de Octubre, las mujeres conseguirían la igualdad jurídica y salarial, la elección libre de profesión, el acceso a los empleos del Estado, la prohibición de los despidos a mujeres embarazadas, la educación mixta, el derecho al matrimonio civil y el derecho al divorcio.
Como vemos, en conjunto, la cuestión de la familia era una preocupación que tanto bolcheviques como feministas compartieron desde un primer momento, al ser ésta considerada como el foco de múltiples formas de opresión, tanto en el ámbito cotidiano como de Estado. Es por esto que el gobierno revolucionario no tardó en sentar las bases legales de una relación de igualdad en el seno familiar. Esta serie de medidas de urgencia serían ampliadas poco después con el Código de leyes de la familia promulgado en septiembre de 1918.
Fuentes:
- Büttner, Olivier: Les anciens textes fondateurs dans les pays de l’Est. Un droit basé sur la pratique.
- Yvert-Jalu, Hélène: “L’histoire du divorce en Russie soviétique. Ses rapports avec la politique familiale et les réalités sociales”. Population, 36ᵉ année, n°1, 1981. pp. 41-61.
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Fuente: Comisión de Octubre (Europa)